“Gaza está ardiendo”. Con este posteo en X, I. Katz, el ministro de defensa del ultraderechista gobierno de Netanyahu, anunciaba el 15 de septiembre que el Estado de Israel había comenzado una nueva fase del genocidio contra el pueblo palestino que ya lleva casi dos años: la invasión terrestre de la ciudad de Gaza con el objetivo, según Netanyahu, de alcanzar la hasta ahora imposible “victoria final” sobre Hamas.

Por Claudia Cinatti.
Por enésima vez, el Estado sionista recurre al desplazamiento forzado de la población palestina hacia campos de concentración en el sur de la Franja de Gaza. Una columna interminable de carros tirados por burros, camiones con cargas que superan varias veces su porte, familias enteras a pie con sus escasas pertenencias. Cientos de miles se ven obligados a abandonar la ciudad, ya en ruinas, acechados por la hambruna, los bombardeos y el fuego incesante del ejército israelí que les dispara sin más a niños, médicos, periodistas o personal humanitario.
La ofensiva se abrió paso con bombardeos masivos para terminar de demoler lo que a duras penas quedaba en pie –incluidos edificios de viviendas en ruinas y hasta tiendas de campaña–. A eso se sumó el apagón comunicacional que dejó literalmente en el completo aislamiento a unos 800.000 gazatíes.
El Estado de Israel ejerce una brutal presión por todos los medios para forzar el desplazamiento, un crimen de guerra sin atenuantes al que algunos cínicos pretenden vender como “migración voluntaria”. Por lo tanto, es de esperar que las calamidades para los palestinos se incrementen a medida que avance el ejército Israelí hacia el corazón de la ciudad.
Sin embargo, a una semana de iniciada la invasión, entre 200.000 y 400.000 palestinos, según estimaciones de agencias humanitarias, todavía permanecen en la ciudad, ya sea porque muchos se niegan a abandonar sus hogares (aunque estén reducidos a ruinas) en un gesto heroico de resistencia, o sencillamente porque no tienen los medios, ni el dinero para pagar el transporte, ni las fuerzas para desplazarse, ni tampoco la expectativa de poder encontrar refugio. Después de décadas de “genocidio incremental” (I. Pappé) y de dos años de genocidio a cielo abierto perpetrado por el Estado de Israel, saben que donde vayan van a encontrar hambre, muerte y destrucción.
El objetivo de Netanyahu es vaciar lo más posible Gaza para facilitar la invasión, y de paso, calmar la ansiedad de sus socios de extrema derecha que no se conforman con el objetivo de “derrotar a Hamas” y “recuperar a los rehenes”, sino que reclaman avances hacia la “solución final”, es decir, la expulsión definitiva de los 2 millones de palestinos de Gaza, y de la población de Cisjordania y la colonización por parte de Israel de todo el territorio histórico de Palestina.
No es ningún secreto que el plan de Netanyahu, sus socios de la extrema derecha religiosa, los colonos y a esta altura el establishment sionista de conjunto, es la limpieza étnica. Y que este plan recibió luz verde desde Estados Unidos cuando Donald Trump propuso transformar a Gaza en un resort de lujo en el Mediterráneo.
El vocero más elocuente del proyecto colonial sionista es el ministro de Finanzas de Netanyahu, el fascista B. Smotrich, que ante una audiencia de empresarios dijo que Gaza es una “bonanza inmobiliaria” y que para aprovecharla solo queda terminar la tarea de demolición y la expulsión de los palestinos, y aclaró que ya estaba negociando con Trump el reparto del territorio.
Apenas una semana antes de lanzar la invasión de Gaza, Israel intentó asesinar a altos mandos de Hamas que se encontraban en Doha negociando un supuesto cese del fuego Qatar se suma así a la lista de países “bombardeables” por Israel, integrada por Líbano, Irán, Siria y Yemen. Aunque la operación aparentemente no fue exitosa y la dirección de Hamas sobrevivió, el ataque contra Qatar es un salto, ya que no se trata de un enemigo común del Estado sionista y el imperialismo norteamericano, como Irán, sino de un aliado fundamental de Estados Unidos en Medio Oriente, que alberga la mayor base militar norteamericana en la región.
Trump decidió bajarle el precio a la crisis, y los reaccionarios regímenes árabes y musulmanes, que permiten el genocidio del pueblo palestino y están en vías de “normalizar” sus relaciones con el Estado sionista, apenas emitieron un comunicado inofensivo, sin ninguna medida para frenar el genocidio en Gaza y los ataques en Cisjordania. Ninguno siquiera amenazó con retirarse de los Acuerdos de Abraham. El ataque impune de Israel a un aliado protegido por Estados Unidos es un mensaje ominoso para las monarquías del Golfo, Egipto y Jordania, ya en estado de alerta por los planes de expulsión masiva de la población palestina hacia sus fronteras.
El inicio de la ofensiva terrestre en Gaza, bautizada como la fase dos de la operación “Carros de Gideón” coincidió con la visita a Israel del secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, que compitió en declaraciones fascistas con el propio Netanyahu. El representante de Trump, flanqueado por su amigo Bibi, se refirió a los palestinos como “animales” a los que había que exterminar –términos utilizados por el exministro de defensa Y. Gallant que entre otras cosas le valió una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad–.
Simultáneamente, una comisión de expertos penales mandatada por el Concejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas publicó un informe en el que acusa a Israel de estar cometiendo un genocidio en Gaza. Aunque con retraso, dado que decenas de organismos de Derechos Humanos ya hace más de un año que han llegado a esta conclusión (incluyendo el lapidario Our Genocide de la organización israelí B’Tselem), el informe de todas maneras es otro golpe a la legitimidad del Estado de Israel y a sus cómplices en el genocidio, en particular Estados Unidos y las potencias europeas.
En un artículo de opinión aparecido en New York Times, Navi Pillay, uno de los juristas que integraron este panel y que en la década de 1990 investigó el genocidio en Ruanda, explica que el crimen de genocidio tiene dos dimensiones: el acto concreto y las intenciones (mens rea) y que esta última es más difícil de probar porque los genocidas tienden a ocultar y encubrir sus crímenes. En el caso de Gaza, los miembros del gobierno israelí ventilaron públicamente sus planes de exterminio por medios militares o usando otros mecanismos como la planificación metódica de hambrunas. Y que esto constituye sin dudas evidencias de la intención genocida. Bienvenidos al holocausto modelo siglo XXI.
El Estado de Israel sufrió un acelerado proceso de deslegitimación internacional y a esta altura está reducido casi a la condición de paria, aunque sigue contando con el apoyo incondicional de Estados Unidos –que es su principal activo– y un puñado de arrastrados como el gobierno de Milei, cuya única política exterior es obedecer a Washington y a Israel. Los países del llamado “sur global” hace rato que votan condenas y denuncias en foros internacionales. La Corte Penal Internacional dio curso a la denuncia por genocidio contra Israel presentada por Sudáfrica. Netanyahu y su exministro de defensa, Y. Gallant, tienen orden de captura internacional por crímenes de guerra. La última muestra de este aislamiento diplomático es la votación absolutamente mayoritaria en la Asamblea de las Naciones Unidas a favor del establecimiento del Estado palestino, aunque este no solo es un gesto meramente simbólico, sino que de concretarse sería una legitimación del régimen de apartheid contra el pueblo palestino.
Netanyahu se refirió a este aislamiento diplomático en un discurso poco feliz del que después tuvo que retroceder. Dijo ante una conferencia de empresarios estupefactos que las potencias europeas se habían transformado en enemigos debido a la presión ejercida por los inmigrantes musulmanes (una versión sui generis de la teoría del gran reemplazo de la extrema derecha) y comparó a Israel con Esparta (sic) sugiriendo que lo que quedaba por delante era un camino de autarquía –incluso económica– y militarismo para mantenerse como “hegemón” regional. Además de que omitió que la historia de Esparta terminó mal, le faltó mencionar que Israel tiene una dependencia absoluta con respecto a Estados Unidos, lo que quedó en evidencia en la “guerra de 12 días” contra Irán. Esa dependencia estructural debilita estratégicamente su posición regional a pesar de sus éxitos tácticos militares, como el descabezamiento de Hezbollah y Hamas.
A decir verdad, en un sentido el estado de Israel está en su momento de mayor aislamiento internacional, pero en otro es el polo de atracción para el imperialismo y las fuerzas de la reacción, que de conjunto siguen permitiendo el genocidio.
El intento de aliados históricos de Israel de separarse de los crímenes más aberrantes de Netanyahu y su gobierno de fachos con medidas simbólicas, es directamente proporcional a su complicidad no interrumpida con el genocidio. Recién después de dos años de genocidio y bajo presión de la movilización, el gobierno laborista británico decidió suspender la venta de algunas armas a Israel, aunque le provee armamento crucial. Y junto con Francia se declararon a favor del Estado palestino. Casi ningún país –incluidos los del “sur global”– ha roto relaciones diplomáticas ni comerciales con el Estado sionista, aunque la UE está estudiando recortar algunos beneficios comerciales, una medida mínima que ni siquiera va a ser implementada.
Cometer un genocidio ante los ojos del mundo no es gratuito. Ni para Israel ni para sus cómplices –Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, la Unión Europea, Australia–, donde el apoyo de los gobiernos al Estado de Israel contrasta con el repudio mayoritario de la población a los crímenes del Estado sionista, lo que ha operado un cambio muy significativo en la opinión pública de los países occidentales. En Estados Unidos, el cuestionamiento llega al sector MAGA de la base trumpista, que ve una creciente contradicción entre la alianza incondicional con Israel y el eslogan “America First”. Aunque esa posición es minoritaria en el partido republicano institucional, algunas de sus figuras como Steve Bannon tienen peso en los sectores más militantes de la derecha republicana.
La consecuencia más significativa es sin dudas la emergencia de un fuerte movimiento internacional de solidaridad con el pueblo palestino, y el surgimiento de una juventud antisionista, que avanza en la comprensión de que el genocidio y la limpieza étnica son la conclusión lógica del proyecto sionista de colonialismo de colonos (es decir de reemplazo de la población local). Y que la única forma de detenerlo es la movilización internacional y el apoyo a la resistencia palestina. Este movimiento es duramente reprimido y perseguido por los gobiernos imperialistas y los aliados de Israel, pero no ha sido derrotado, como muestran las movilizaciones de masas en Gran Bretaña, Australia o Países Bajos, las acciones en la Vuelta Ciclista del Estado Español, el retorno de los bloqueos de los trabajadores portuarios como en Italia, o las denuncias de los parlamentarios del Frente de Izquierda en Argentina contra el gobierno prosionista de Milei, para nombrar solo algunos ejemplos. En estos días, la Flotilla Global Sumud (de la que participa nuestra corriente internacional y referentes del FITU), que nuclea representantes de 45 países, intentará llegar a Gaza a pesar de la amenaza militar de Israel.
Desde el holocausto nazi ha habido muchos genocidios, pero el que está prepetrando el Estado de Israel en Gaza tiene la particularidad de que es un crimen en el que están involucrados directamente el conjunto de las potencias imperialistas y sus aliados. Por eso la lucha contra el genocidio tiene necesariamente un componente antiimperialista, y está objetivamente unida a las luchas en curso, que como en Francia o Argentina enfrentan los ataques de los gobiernos capitalistas ajustadores, cómplices del colonialismo israelí.
Fuente: La Izquierda Diario