Por Mempo Giardinelli. Se llama Qaramta, que en lengua Qom quiere decir “que no puede ser destruido”, o sea “el indestructible”, pero él no lo sabe. Ella se llama Tania, y también ignora su nombre. Porque son yaguaretés, no seres humanos. Y humana es la costumbre y necesidad de ponerle nombre a las cosas y a los seres vivientes.
Escribo estas líneas en vísperas de una nueva incursión, si el tiempo lo permite, a las selvas de El Impenetrable. O lo que queda de éste que fue un territorio maravilloso, mítico todavía, y que conozco desde que era chico y acompañaba a mi papá, que dos veces por mes recorría la provincia del Chaco en un poderoso Ford de ocho cilindros que solía llevar una carrindanga detrás, cargada de productos urbanos: agua mineral, galletitas, vinos, arroz, fideos…
Cada vez que puedo recorro los mismos caminos imposibles, ahora algunos pavimentados, y observo con desolación el desastre que es capaz de hacer lo que desde hace siglos se llaman “civilización”, “progreso”, “desarrollo”, “producción” y demás patrañas. El Chaco se ha degradado como todo el territorio argentino y no hay relato ni mentira que lo oculte, ni disimule.
Desde hace más de 20 años colaboro, aunque muy modestamente, en la preservación y recuperación de las milenarias selvas chaqueñas, que fueron y en algunas pocas partes son todavía de una belleza y riqueza superlativas. Como lo testimonian los dos Parques que tenemos: el P.N. Chaco que fue fundado en 1954 y tiene 13.000 hectáreas de extensión, y el P.N. El Impenetrable, de 130.000 hectáreas (es uno de los más grandes del país) y del que me enorgullece haber sido uno de los patrocinadores en 2014 cuando fue creado por Ley del Congreso Nacional.
El primero fue arrasado por un incendio intencional hace un mes y pico y fue una pérdida terrible que ya veremos cómo recuperar. La tierra chaqueña es muy noble, aunque ahora en estos tiempos de peste y de animales que se pretenden “productores agropecuarios” o “industriales madereros” no será fácil.
Confieso que ahora mismo quiero volver allá pero tengo miedo. Entonces me ilusiono y, como en un cuento fantástico, me sumerjo en la historia amorosa que se vive en estos días, aquí nomás, en el extremo norte del Chaco, sobre el río Bermejo y a 500 kms de mi casa.
Qaramta es un yaguareté grandote y recio, adulto (tiene unos 5 años) y muy andador, porque estos bichos caminan entre 7 y 10 kilómetros por día, o más. Se lo conocía solamente por fotos y filmaciones con cámaras-trampa, que se dejan fijas en el monte y se activan al paso o ante la curiosidad de los animales. Y debe su nombre a una votación que hicieron los chicos de las modestísimas escuelas de alrededor del Parque Nacional, que desde hace más de un año sabían de su existencia por sus huellas y las cámaras-trampa.
Su novia, digamos, Tania, es una hembra también adulta traída del Iberá correntino por la Fundación Rewilding Argentina e instalada en un amplísimo territorio alambrado que hace de jaula natural para cuando Qaramta quiere visitarla y ella quiere aceptarlo.
Me cuentan amigos de la región que han pasado varios días juntos y que ahora siguen sus vidas de siempre. Con el único peligro de que algunos horribles humanoides los persigan y lastimen. Particularmente a Qaramta, que es un bicho libre que cuando quiere cruza el Bermejo nadando y se hunde en la provincia de Formosa, y vuelve también cuando quiere, andador y alimentándose de burros, que en esas selvas son plaga, y de tapires o vacas salvajes.
Dicen que Tania estuvo en celo las últimas semanas, cuando todos y todas cruzábamos los dedos para que no se incendiara también el Parque El Impenetrable. Seguramente por eso Qaramta andaba de este lado del río, en este parque maravilloso que tiene 30 kms de ancho a cada lado y dos límites naturales que son el Río Bermejo y el Bermejito que en línea recta hacen 90 kms, más todos los meandros de los ríos.
O sea que este relato no tiene final, y mejor así. La cuestión es que después de muchos años de suponer que ya no quedaban yaguaretés en el Chaco, ahora hay una posible pareja en la tierra de sus ancestros, y el Parque Nacional será, con prudencia y sabiduría, el lugar en que sus cachorros nazcan libres como sus abuelos y bisabuelos.
Y no sé más qué contar, sobrado como estoy de ganas de volver a aquel territorio que amo inexplicablemente y al que los meses de pandemia me impidieron volver como siempre hago. Estos apuntes, esta vez, y les ruego me disculpen, son apenas nostalgias personales de una tierra que cuidan con esmero guardaparques abnegados, mis amigos, y que siempre está en peligro de desmontes y asesinos. @
© Copyright Mempo Giardinelli, 2020.
“Texto leído por el autor, MG, en radio El Destape, FM 103.7, el viernes 6 de noviembre de 2020 y tomado del FB del autor”.