Se cumple un nuevo aniversario de su partida, un 9 de septiembre de 1997. Carpani fue un dibujante, pintor y muralista cuyo arte se identificó con la resistencia peronista y la mítica CGT de los Argentinos. Era dueño de un estilo inconfundible, debido a la potencia de sus imágenes. Carpani abrazó las causas sociales y sus pinturas hacen foco en temáticas tales como el desempleo, los trabajadores y los pobres, así como en temas nacionales.

Compartimos una completa nota del sitio Pensamiento Discepoleano

Un maldito excluido de la historia oficial

Nace en el Tigre, Provincia de Buenos Aires, el 11 de febrero de 1930. Su infancia transcurre inicialmente en esa zona del Delta, luego en Capilla del Señor y más tarde, su familia se afinca en el Barrio de Congreso, en la Capital Federal. Su niñez y su adolescencia están signadas por su vitalidad, desbordada en “picados” futboleros y en trompeaduras a la salida del colegio. Practica diversos deportes, pero al mismo tiempo que desarrolla sus músculos, ya a los dieciséis años concurre a tertulias libertarias.

Hacia 1950, se define su vocación por la plástica, que cultiva en el taller de Emilio Pettoruti, donde enriquece su técnica. Por entonces, lo atrae especialmente la pintura de lino Spilimbergo y los muralistas mejicanos, así como los dibujos de Guillermo Facio Hebecquer, de fuerte temática social. En la plástica, pone la pasión de su vida, aunque también le preocupa “La Revolución”, ahora que, impregnado de la teoría marxista, se acerca a agrupaciones trotskistas.

Munido de estas armas teóricas y prácticas, indaga en las formas plásticas modernas, con tendencias vanguardistas, al tiempo que se vincula al mundo popular, avanza en la polémica ideológica, lucha, crea y se enamora de Doris Halpin, su compañera de toda la vida y colabora de su labor artística.

Sus primeras obras aparecen en 1956 (“Pescadores”) y 1957 (“Desocupados”), en plena concurrencia con “la resistencia” peronista. Temática social y forma vanguardista se aúnan en su primera exposición. Pero no se trata de la habitual plástica de la izquierda, ni del “realismo socialista”. No es reflejo ni fotografía, ni reproduce los rasgos de un trabajador, sino que recrea a los trabajadores tal cual él los siente, ampliando sus dimensiones, acentuando su combatividad, deformando su figura – con ayuda del cubismo y el expresionismo- imbuyendo a la imagen de un sentido colectivo y amenazante.

Su primera exposición, donde las figuras parecen salirse del cuadro, con sus enormes músculos, pómulos salientes y ojos aindiados, avanzando sus puños de dedos cuadrados y pétreos, desagrada a los espíritus exquisitos. Carpani y sus compañeros Juan Manuel Sánchez y Mario Mollari escandalizan a críticos y marchands, con esa tremenda pedrada en las aguas plácidas y burguesas de la pintura argentina. Poco más tarde, con la incorporación de Espirilo Butte, Carlos Sessano y después, Juana Elena Diz y Pascual Di Bianco, se conforma el grupo “Espartaco” que en 1959 lanza su Manifiesto.

Ese documento, redactado por Carpani, embiste contra el “coloniaje cultural y artístico”, producto de la sumisión del país al imperialismo y al control que “la oligarquía ejerce sobre los principales resortes de nuestra cultura”, con su “mentalidad extranjerizante, despreciativa de todo lo genuinamente nacional y popular”. Preconiza, en cambio, la necesidad de una expresión artística donde el creador se exprese con absoluta sinceridad como “artista que es un hombre y que se conforma fundamentalmente según los elementos sociales que gravitan sobre él”, es decir, el medio social y político en que vive, en especial las luchas de los trabajadores para concluir con la injusticia y alcanzar la liberación plena, del país y de las mayorías populares. “El arte –sostiene el manifiesto- es liberador por excelencia y las multitudes se reconocen en él y su alma colectiva descarga en él sus más profundas tensiones para recobrar, por su intermedio, las energías y las esperanzas… El arte revolucionario debe surgir, en síntesis, como expresión monumental y pública… De la pintura de caballete, como lujoso vicio solitario, hay que pasar resueltamente al arte de masas, es decir, al arte”.

De esta manera, “Espartaco” se constituye en rotundo antagonista de la plástica oficial, ya fuese tradicionalista, vanguardista o del “realismo socialista”. Sobre el grupo cae la discriminación, el silencio de los críticos, las puertas que se cierran en las escuelas de arte. Esta marginación provoca disentimientos entre sus integrantes, porque algunos son tentados por los dispensadores de prestigio. “Unos éramos de izquierda nacional –recuerda Carpani- otros, tendía hacia la izquierda tradicional, en la cual encuentran suficiente respaldo, otros defeccionan ante las tentaciones comerciales”. Carpani y Di Bianco se apartan entonces de “Espartaco” y salen a la búsqueda de nuevos caminos: el mural, el afiche, la gráfica política.

Militancia y labor artística se confunden cada vez más en el artista. En 1961, Carpani concreta su primer mural en el Sindicato de Sanidad, presidido por Amado Olmos. Ese mismo año, publica dos ensayos en la Editorial Coyoacán: “La política en el arte” y “Arte y revolución en América Latina”.

En 1963, un afiche de obreros corpulentos, brazos en alto, puños cerrados, ojos amenazantes, con letras enormes que expresan la bronca popular: “BASTA”, aparece en los muros de Buenos Aires y de allí, se difunde hacia el interior. Mientras los exquisitos se regodean con las trivialidades del Instituto Di Tella, los trabajadores empapelan el país con ese afiche de Carpani.

En 1964, participa de la creación del grupo “Cóndor”, con J.J. Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña y otros. Poco después, ilustra la revista “Programa”. Así acompaña a esas expresiones de avanzada de la Izquierda Nacional. Al mismo tiempo, incursiona en el ensayo político: “Nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario” y “Nacionalismo, peronismo y socialismo nacional”.

En esos años de alza de masas, cuyo punto inicial es el Cordobazo, en mayo de 1969, Carpani acompaña, como siempre, la lucha de los trabajadores. Su mano maestra de dibujante excepcional traza imágenes indelebles, desde el “Martín Fierro”, hasta “Libertad a Ongaro y Tosco”, desde el reclamo por Felipe Vallese hasta el “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, desde los centauros gauchos hasta “Desocupados” y “En huelga”, Así, también recrea a las grandes figuras que en la política y la cultura acompañaron la larga lucha de los argentinos, desde San Martín, El Chacho y Felipe Varela hasta Perón, Evita y Cooke, desde Roberto Arlt a Atahualpa Yupanqui. En todo ese período, el artista, cada vez más conocido por el pueblo y cuyas imágenes aparecen en afiches de luchas populares de varios países latinoamericanos, continúa siendo un “maldito”, para los premios, en los salones oficiales, las galerías de arte, las cátedras… “He pasado momentos en que he sido marginado –recuerda- como consecuencia directa de mi militancia, de poner los dedos en la llaga”.

Más tarde, al producirse el golpe militar del 24 de marzo de 1976, se encuentra en Europa exponiendo sus cuadros y decide no regresar. Allí, permanece exiliado varios años dando a conocer su obra e incursionando en nuevos temas: el del porteño de los años treinta, el del mundo del tango. Sus hombres colosales, de manos gigantescas, no protagonizan ahora grandes huelgas, sino que permanecen, en profunda introspección, perseguidos, angustiados, desconcertados por la derrota.

A su regreso a la Argentina, al retornar la democracia formal bajo la presidencia del Dr. Alfonsín, Carpani incorpora el color a sus obras y coloca a su hombre en medio de la selva del capitalismo salvaje que impone la flexibilización laboral y lanza a la desocupación a los trabajadores, ahora acechado por serpientes y tigres. Son “los hombres en la jungla”, entregados a la “ilusión, la duda, la esperanza”. El clima del país, a su vuelta, es todavía de temor por el genocidio reciente, pero la circunstancia de que su obra haya sido reconocida en Europa, le permite quebrar el marginamiento. Asimismo, el reconocimiento que ya le ha hecho el pueblo latinoamericano es seguido por una invitación desde New York para realizar un mural con el rostro del Che. En 1995, Mariano Wolfson y Pablo Rodríguez producen un hermoso video con sus cuadros y su relato de vida, en compañía de Doris. En esa época, es designado “Ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”.

Poco más tarde, ya preso del cáncer, afirma que “si tuviera que volver a vivir mi vida elegiría el mismo camino de lucha… Sin ningún tipo de concesión, sin haberle chupado las medias a nadie, alcancé un reconocimiento que ahora tengo”.

El 9 de setiembre de 1997 fallece en Buenos Aires. Indiscutiblemente, es uno de los más grandes plásticos de América Latina. (N. Galasso, Los Malditos, vol. I, pág. 27, Ed. Madres de Plaza de Mayo)

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