(Opinión). Sócrates, el futbolista con mayor consciencia social que ha tenido Brasil, lo describió así. “Nuestros jugadores de los 60’s y 70’s eran unos románticos con el balón en los pies, pero fuera del terreno eran silenciosos. Imagine si en el momento del golpe militar en Brasil un solo jugador como Pelé hubiera siquiera dicho algo”.
Porque al mismísimo Pelé una buena porción de Brasil lo dejó de querer. Por quedarse callado, en su burbuja, en su etiqueta políticamente correcta, desmarcado, hipnotizado. Las dictaduras latinoamericanas en la década de los 70’s, que tanto marcaron la identidad colectiva de nuestra región, tuvieron un lazo intrínseco con el fútbol. Argentina y su junta militar en el penoso Mundial del 78 en una cortina de humo para desviar las desapariciones y abusos de fuerza que ocurrían a escasas cuadras de los estadios. Uruguay y un papel calcado con la Copa de Oro de Campeones Mundiales en 1980. Pinochet y ese uso grosero del estadio Nacional de Santiago como un campo de concentración.
Un día a Pelé le preguntaron:
-¿Qué le cambió el golpe de Estado en su país?
-Pues nada. El fútbol siguió igual.
Ouch. Y llegó el título en el Mundial de 1970 de Brasil en la que ha sido la exhibición más alegre y colorida, -aparte el primer mundial con TV a color- de un equipo en una Copa del Mundo. Arrasaron, fútbol arte. ¿Y fue ese título también un título de la dictadura?. Médici se lo atribuyó como tal.
Pelé, igual, nunca se negó a las fotos con el dictador más sangriento de Brasil. Postales con significado. Él no confrontó a su dictadura, nunca le interesó. Tampoco fue una voz en la lucha contra el racismo como Muhammad Ali. Y sí fue como Michael Jordan, otro astro silencioso.
Pelé, que de niño limpiaba zapatos y les echaba betún en su cajita, se convirtió en el sistema. Fue un aliado de Joao Havelange, el presidente de la FIFA que incubó la corrupción en el fútbol.
Pero con Pelé, el fútbol nunca siguió igual.
Roque Argañaraz/ Facebook