“Yo no me rindo. Yo no colaboro. Mi nombre es Norma Esther Arrostito. Mi nombre de guerra es Gavi. Mi grado es capitana del ejército Montonero. Esta es la única información que les pienso brindar”.

Según  testimonios recogidos, con esta actitud  enfrentó a sus captores y también definía su sentido de la militancia.

El 15 de enero de 1978 asesinaban a la militante Norma Arrostito, una de las fundadoras de la organización Montoneros. Desde principios de diciembre de 1976 permaneció secuestrada en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA),  y según declararon algunos de sus compañeros de cautiverio -quienes pudieron salvar sus vidas- fue finalmente asesinada por sus mismos captores el 15 de enero de 1978 luego de más de un año de detención y torturas.

Conocer la historia es imprescindible para entender el presente y el futuro, y conocer la historia de un período controvertido, si es posible dejar de lado preconceptos y prejuicios, nos brindará conocimientos para poder interpretar con mayores certezas algunos de los hechos traumáticos de nuestro pasado.

Una completa nota de la periodista Luciana Bertoia, de la Agencia ANRed, nos acerca a la historia y al contexto de aquellos duros años.

Argentina: Hace 41 años asesinaban a Norma Arrostito, la guerrillera.

(Publicado el 15 enero de  2019)

Por Luciana Bertoia (ANRed)

El 15 de enero de 1978 asesinaban a la militante Norma Arrostito, una de las fundadoras de la organización Montoneros. Desde principios de diciembre de 1976 permaneció secuestrada en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), aunque los medios habían difundido la versión montada por las fuerzas armadas de que había sido acribillada en Lomas de Zamora. A 30 años de su asesinato y desaparición, su historia sigue albergando mitos.

Su nombre empezó a resonar antes del invierno de 1970. Su cara comenzó a ser reconocida para esa época también. Innumerables carteles poblaban la ciudad señalándola a ella, única mujer, y a otros compañeros por el ajusticiamiento del general golpista Pedro Eugenio Aramburu. Así el nombre de Norma Esther Arrostito comenzó a hacerse popular en la vida política argentina. Era, ni más ni menos, la primera mujer que participaba de una acción de la guerrilla urbana.

Desde ese 29 de mayo de 1970, día en que un comando que luego se dio a conocer como Montoneros secuestró al dictador de la Revolución fusiladora- como la nombraría Rodolfo Walsh-, hasta el 15 de enero de 1978 cuando era cobardemente asesinada en la Escuela de Mecánica, Arrostito fue tenazmente perseguida por las fuerzas represivas como una presa más que valiosa.

Militancia

Norma Arrostito nació el 17 de enero de 1940 en Capital Federal. Como en toda familia no escaseaban las paradojas: El padre era anarquista y la madre, una católica devota. Tenía una hermana menor, Nora Nélida. Para sus veinticuatro años Norma se había casado con Rubén Roitvan con quien compartió la militancia en el Partido Comunista (PC), especialmente en la Federación Juvenil Comunista, la “Fede”. En 1965, Arrostito dejó el PC e ingresó a Acción Revolucionaria Peronista (ARP), la organización fundada por John William Cooke y Alicia Eguren. A través de diferentes contactos empezó a acercarse a un grupo de jóvenes vinculados a Cristianismo y Revolución, la publicación de Juan García Elorrio. De allí surgirá el comando Camilo Torres que adquirirá notoriedad al irrumpir en 1967 en la Catedral Metropolitana. Aunque Arrostito no sería parte de esa acción. “Ella no participa en el Tedeum, eso le tocó a los cristianuchis del elenco. No participó toda la multitudinaria fuerza del Camilo Torres en ese hecho”, bromea Graciela Daleo.

Para esa época ya había quedado atrás su matrimonio con Roitvan. Ya en esos días, Norma era la compañera de Fernando Abal Medina, el primero en la conducción de Montoneros. “Primero, lo conozco a Fernando por este acercamiento a la revista Cristianismo y Revolución. Aparte, porque él estaba vinculado a los pibes con los que yo había estado en la misión en el norte de Santa Fe. Y a Norma la conozco como Paula ya en el comando Camilo Torres, sabiendo que era la novia de Fernando”, recuerda Daleo. Paula, primero; Gaby, después serían los nombres con que la actividad militante bautizaría para siempre a Norma Arrostito.

“Gaby no tenía formación religiosa. Tenía formación marxista. Ella decía que era atea. Yo le decía que era atea, gracias a dios. Ella siempre fue muy respetuosa de nuestras posturas creyentes. Nosotros- incluido Fernando- llegamos a posturas políticas a través del evangelio, en última instancia”, aporta Antonia Canizo– quien también participaba del Comando Camilo Torres. Y agrega: “Ella no hablaba de Carlos Marx. Ella tenía las herramientas del marxismo para el análisis de la realidad, que es un poco lo que nos enseñó. Más que con la teoría, lo enseñaba con el modo en que ella analizaba los hechos y las circunstancias”.

De esas reuniones de formación y actividades de agitación se fue cerrando lo que sería el grupo fundador de Montoneros, la organización que se daría a conocer con el ajusticiamiento del general de la autodenominada Revolución Libertadora. Para ese momento, la organización estaba compuesta por poco más de una docena de militantes y de esa acción participaron diez. Aramburu fue condenado y ejecutado. Sin embargo, a pesar del éxito inicial de la operación- ese hecho sirvió como detonante de una etapa en la que se entremezclaron persecuciones, clandestinidad, asesinatos y – más tarde- desapariciones. Sin lugar a dudas, el golpe más brutal que le tocó padecer a Arrostito fue el asesinato de su compañero, Fernando Abal Medina, y de Carlos Gustavo Ramus el 7 de septiembre de 1970 en una pizzería de William Morris.

“Después del hecho de Aramburu, yo lo veo a Fernando dos veces. Él tenía la llave de mi casa, él ha pasado por allí varias veces. Lo dejo de ver una semana antes de que caiga. Después de la muerte de Carlos y Fernando pierdo todo el contacto y cuando lo retomo, lo hago con la hermana de Norma y, después, con ella”, relata Canizo. “Sé que estuvo muy mal los primeros días después de la muerte de Fernando. Porque aparte no se podía mover”. No sólo porque era la guerrillera más buscada sino porque era la única mujer que había participado de la acción: “En ese momento, aparece un cartel en el que hay cuatro varones y una mujer. Entonces, era mucho más difícil esconder a la única mujer. Por eso, a ella durante dos meses largos la mantienen en un encierro preventivo”.

El asesinato de Ramus y, especialmente, el de Abal Medina golpearon a Arrostito. “Estuvo muy mal porque no solamente era la muerte de Fernando, una cuestión de pareja sino que era un golpe muy fuerte a la organización”, explica Canizo. Sin embargo, la certeza de que la lucha que se había emprendido continuaba y más fuerte aún, volvió a ponerla de pie. “Cuando yo la reencuentro, compruebo que sigue con la firmeza de siempre y consustanciada con el proyecto de su militancia, de su lucha”. Arrostito seguía a pesar del dolor “cargándose la primavera”, como canta Joan Manuel Serrat. “Cayéndose y volviéndose a levantar, la montonera”.

Llegó el fin de la autoproclamada Revolución argentina, el luche y vuelve estaba dando sus frutos. “En los años 71, 72 y 73- que era la época en la que estaba muy fresco lo de Aramburu- yo me encontraba en la pizzería Las carabelas de Lomas con ella. Y puedo asegurar que el que la quería reconocer, la podía reconocer porque estaba con su pelito de siempre. Era una persona sencilla y prolija”, afirma Canizo. Para esa época, Arrostito ya estaba desempeñándose en la columna sur de Montoneros, tal como apunta: “Ella comienza a trabajar con la gente de zona sur antes de la euforia camporista”. Sin embargo la “primavera” fue más efímera que nunca. Al tiempo, las persecuciones se agudizaron y la noche se volvió infranqueable. Los desencuentros con Juan Domingo Perón y el asedio lanzado a la izquierda peronista devolvió a Montoneros a la noche, una noche que se presumía y se comprobó muy larga.

La caída

Corría el año 76. Las caídas de militantes se daban por doquier. Pero el 3 de diciembre los titulares daban un anuncio escalofriante. Los principales diarios argentinos destacaban ese día en sus primeras planas que una de las líderes de la organización revolucionaria Montoneros, Norma Arrostito, había sido “muerta durante un procedimiento” en el partido bonaerense de Lomas de Zamora.

Nada parecía contradecir la información de la que se hacían eco los matutinos. Un parte militar proveía datos precisos: “El Comando de la Zona 1 informa que como resultado de las operaciones de lucha contra la subversión en desarrollo, fuerzas legales llevaron a cabo una operación el día 2 de diciembre, a las 21 horas, en (Manuel) Castro y Larrea, de la localidad de Lomas de Zamora. En esa oportunidad fue abatida la delincuente subversiva Esther Norma Arrostito de Roitvan, alias Norma, alias Gaby, una de las fundadoras y cabecillas de la banda autodenominada Montoneros.”

El diario La Razón daba precisiones acerca de los sucesos que habrían tenido lugar en el sur del Gran Buenos Aires. “El escenario del tiroteo fue una pared medianera, que circunda a un taller mecánico, a pocos centímetros de la puerta de acceso al establecimiento. Tan cerca fueron los disparos que varios de ellos pasaron el portón de hierro e hicieron trizas el parabrisa y ventanillas de la camioneta Citröen, estacionada en su interior. Según la misma fuente, desde hora más temprana varias personas que no se identificaron, exhibían en los comercios del barrio fotos de una mujer, preguntando dónde se alojaba. Presumen que era Arrostito”.

Sin obviar términos propios de la jerga castrense, el medio gráfico que dirigía Patricio Peralta Ramos agregaba: “La terrorista estaría en alguna casa de las inmediaciones que no fue allanada, porque las fuerzas combinadas sabrían que en el lugar no había reunión de elementos subversivos, sino que se trataría del domicilio de algún familiar de la mujer muerta. Asimismo, indicaron los vecinos, que el foco de la luz de mercurio-único en la cuadra- fue destrozado a balazos poco antes de que se produjera el enfrentamiento”.

A casi 32 años, una mujer que vive a media cuadra de los sucesos recuerda aquel día: “Eso fue una noche. Cerraron todas las calles y me acuerdo que mi marido tenía que entrar y no lo dejaban pasar. Hicieron todo ese operativo, pero era todo mentira”. La desconfianza que no aparecía en los diarios se esparcía entre los vecinos. Para ellos era claro que algo no cerraba en la versión oficial. “Creo que ni tiraron ningún cuerpo. Porque a la gente que vivía enfrente, los hicieron tirar al suelo para que no miraran por la ventana. Después, llegó una ambulancia; se vieron unas manchas de sangre contra la pared y nada más”, narró la mujer a esta cronista.

El 9 de diciembre aparecía en los kioscos de diarios, la revista Gente con una tapa muy elocuente. Una de las fotos de Arrostito publicadas en 1970 tras el ajusticiamiento del general Pedro Eugenio Aramburu llevaba un sello con la leyenda de: MUERTA (2/12/76- 21 horas). La primera plana dejaba en evidencia que el asesinato de los opositores era una mera cuestión burocrática para los militares en el poder. Y, también, que ciertos sectores de la prensa aplaudían esa metodología.

Al igual que Gente, casi ninguno de los diarios argentinos se privó de festejar las “hazañas” logradas en ese mes por las “fuerzas legales”. La Razón, se jactaba de los “golpes a la subversión”; La Opinión se enorgullecía: “Algo huele mejor en la Argentina”.

Mientras los medios de comunicación resaltaban los logros de las fuerzas represivas, los militantes sufrían la peor de las cacerías. “Por esos días, Norma estaba muy preocupada con las caídas, como todo el mundo. Trataba de cuidarse lo más posible. Era muy prudente, no era un cuadro que no le daba bolilla a las cosas de seguridad”, comenta Antonia Canizo cómo Arrostito vivía los tiempos previos a su secuestro. “Era muy loca la situación porque ella se estaba mudando permanentemente, cambiando de casa. Porque cuando caía una casa, había despejar todo y pasar a otro lado y ella era una de las primeras que tenía que dejar todo siempre limpio. En el último tiempo, andaba muy errante”.

La noticia de que había sido abatida Norma Arrostito dio los resultados que los militares se habían planteado. “Cuando ella cae yo estaba en un ámbito donde estaba su compañero. Él se entera de la caída de Gaby porque lo escucha por la radio. Y cuando llega al local donde compartíamos el trabajo, ya había llegado otro compañero antes y ya venía desencajado porque se había enterado”, recuerda Graciela Daleo. Por su parte, Antonia Canizo cuenta: “Yo tenía una cita con ella al día siguiente de que cayó”.

El intento de hacer creer que Arrostito había muerto tenía varias aristas, tal como explica Graciela Daleo. “El primer objetivo era desmoralizar a los compañeros porque era la caída de una compañera conocida, que era una referencia importante de la militancia. Y el otro objetivo era, como ya lo habían hecho en otros casos, hacer aparecer en los medios que determinados compañeros se habían muerto porque la apuesta de los represores era hacer que el resto bajara la guardia. Si un compañero caía vivo y conocía lo tuyo, tenías que levantar la cita y mudarte; si lo que se suponía era que había caído muerto no te mudabas porque ya no le podían arrancar ningún dato por la tortura”.

Elisa Tokar explica también el operativo que era casi moneda común para los marinos: “Ellos pensaban que probablemente con el tema de la picana, Norma iba a delatar. Entonces, mejor tenerla por muerta para que los otros, los que pudiesen caer, estén tranquilos porque estaba muerta y no iba a poder cantar nada. Era una maniobra militar. Pero ella los cagó: no delató absolutamente nada. Gaby se empastilló, ellos le sacan la pastilla. Ella tenía otra pastilla en el corpiño, se toma la otra pastilla en enfermería y ellos se la vuelven a sacar. Le dan sin asco, pero no cantó nada”. Con el cianuro, Arrostito intentaba obtener una última victoria sobre la barbarie.

La ESMA

Desde que la Marina “chupó” a Arrostito no dejó de jactarse frente a las otras fuerzas de su hazaña. “Había visitas guiadas y parte del tour del horror era mostrar compañeros de relevancia, sobre todo en el caso de Gaby”, apunta Graciela Daleo. Arrostito no era una prisionera más: era probablemente la guerrillera más conocida y estigmatizada de la Argentina. Además, era todo un emblema para los militantes que estaban secuestrados en la Escuela de Mecánica, a quien se la mostraban- cual trofeo de guerra- para minar sus resistencias.

“La veo en la segunda noche en que caigo. En realidad, cuando a mí me están torturando el milico me dice que tenían a Norma Arrostito, que en la ESMA estaban todos. Yo le dije que no, que a Norma la habían matado. Aunque ya afuera había bolas de que Gaby estaba viva. Pero eran bolas como tantas otras que había”, revive Daleo. “Cuando me preguntaban a quién quería ver yo, yo no quería ver a nadie pero dije que la quería ver a Gaby. Yo estaba segura que Gaby no había colaborado. Entonces, me dicen: ‘No, no, no, ahora no puede bajar porque está con ruleros’. Entonces, dije: ‘No está Gaby porque no usaría ruleros’”. Daleo se reencontraría con quien ella había conocido como Paula. Arrostito se acercaría a la capucha donde estaba Daleo y le daría un beso. En ese encuentro, “Gaby” reforzaría con una frase lo que Daleo no dudaba: “Yo no colaboro”.

Elisa Tokar, quien no había conocido personalmente a Arrostito antes de que la Armada la secuestrara, relata que en la sala de torturas vio a quien daba por muerta. “En el interrogatorio, los milicos me preguntan: `¿Qué sabés de Norma Arrostito?’. Y el subprefecto Héctor Antonio Febres– recientemente asesinado para sellar el pacto de impunidad de los represores- o el capitán de corbeta Francis William Whamond ordena: `Que traigan a Gaby’. Me la hacen ver, con grilletes, con esposas y con la capucha. Gaby estaba harta de que la expongan de esa manera: la lleven, la bajen, la traigan. Por eso cuando le sacan la capucha, les contesta muy mal a ellos”.

En el libro Recuerdo de la muerte, el escritor Miguel Bonasso narra el instante en que el militante montonero “chupado” en la Escuela de Mecánica Jaime Dri ve con vida a Arrostito. ” El `Pelado’ nunca la había conocido personalmente, pero notó inmediatamente un contraste en esa figura espectral que todos observaban. Un contraste que provocaba un malestar soterrado. Si el examen empezaba por la cabeza, se notaba que iba bien peinada y arreglada, que su vestido gris estaba limpio y planchado, como el de los detenidos libres. Si la mirada bajaba hasta los pies descubría la causa del lento caminar: como los galeotes de Capucha, tenía los tobillos aherrojados por grilletes”.

Graciela Daleo confirma: “Ella estaba con grilletes. Los guardias la llevaban y la traían del baño. Tenía autorización de que algunas horas por la tarde podía estar en la pecera, donde teóricamente no tenía que hablar con el resto de los prisioneros”. Era clara la intención de mantenerla alejada, así como la tenían recluida en su camarote en uno de los extremos de la capucha, en el tercer piso del campo de concentración. “Ella si bien mantuvo contacto con el resto de los compañeros, los represores buscaron tenerla en un grado de aislamiento mayor que el que tuvieron otros prisioneros que efectivamente habían sido seleccionados para el proceso de recuperación”.

Elisa Tokar también recuerda que no había un trato cotidiano con Norma, no la veía con frecuencia. “En las esperas de los baños y ella me preguntaba cómo estaba yo. Me acuerdo que una vez yo salía de la pieza de las embarazadas, tratando de que no me viera nadie y justo me tropiezo con ella, que salía del baño con la capucha medio levantada y me preguntó cómo estaban las compañeras.” También, Tokar relata cuando los represores le plantearon realizar trabajos como mano de obra esclava, tareas que no implicaban ningún tipo de colaboración con los genocidas sino que iban dando algunas pocas garantías de supervivencia. “A mi me preguntaron y en eso Gaby, que circulaba por ahí, escuchó y me dijo: `Vos sos una perejila, decí que escribís a máquina’ “. Escuchar esas palabras en el cautiverio, era – sin duda- corroborar que la resistencia seguía dentro de la ESMA. “Para mí Gaby era todo un símbolo. No era una compañera de militancia, era un símbolo de mi militancia“.

La presa que buscaba el Ejército y halló la Marina

Arrostito no sólo era exhibida como una valiosa pieza de caza frente a las otras fuerzas represivas sino que también ejercía una fascinación en la oficialidad de la Escuela de Mecánica. “El director de la ESMA, Rubén Jacinto Chamorro, la iba a visitar seguido. Son esas cosas que sucedían ahí. Primero, porque Gaby era una rehén importante. Creo que había una admiración de parte de él: no era una mujer común. No tenía cara tampoco porque la verdad es que él sabía perfectamente que iba a terminar muerta. Si alguno de los de ahí iba a sobrevivir, Gaby no iba a ser. El ejército la pedía. Era un personaje emblemático. Era la fundadora de la organización enemiga para ellos. El Ejército la pedía y ellos la presentaban como un baluarte”, resume Elisa Tokar. “Tampoco es casual- agrega Daleo- que Chamorro con quien buscara establecer ese diálogo fuera con una jefa montonera”.

Pero Arrostito también provocaba admiración en algunos de los alumnos de la ESMA que oficiaban de guardianes de los detenidos-desaparecidos, los “verdes”. Elisa Tokar recuerda que había uno de los verdes que mantenía largas charlas con Gaby. “Era un verde muy jovencito, muy enamoradizo. Él me contaba que le proponía escaparse. Totalmente loco. No hubiesen podido. Él hubiese muerto en el intento, si la ayudaba”.

Asesinato

Había pasado más de un año desde que los diarios anunciaron que Norma Arrostito había sido “abatida” en Lomas de Zamora. Fueron largos meses desde que una patota de la Armada la secuestrara en una cita en la Capital Federal. El cautiverio tenía que llegar a su fin. “Creo que la decisión de ejecutar a Gaby estuvo desde el momento en que la secuestran. En el caso de ella, la decisión era que no iba a sobrevivir”, afirma Daleo.

Tokar recuerda que cuando se llevaron a Arrostito de la ESMA fue terrible para los detenidos porque sabían que no iba a volver. “Estaba con problemas circulatorios graves. Creo que los milicos aprovecharon la situación para darle la inyección. Pero que la inyección se la dieron, se la dieron”, revive el 15 de enero de 1978.

Susana Ramus fue una testigo privilegiada de los hechos. Ella había podido hablar dos o tres veces con “Gaby”, cuando las guardias más permisivas la dejaban acercarse al “camarote”. Como siempre, para los genocidas era necesario que existieran testigos para que el horror se expandiera. Ramus estaba en el salón dorado actualizando unas fichas cuando entró Jorge “Tigre” Acosta, alborotado: “Qué le pasa a Arrostito que está mal. Se muere. ¿Por qué no la acompañás, Jorgelina?”, gritaba.

Ramus relata los últimos momentos de Gaby: “La traen, como agonizando, y a mí me ponen en la parte de atrás de una camioneta junto con ella. Estaba consciente pero más o menos. Me agarraba la mano, como que sabía todo lo que estaba pasando”. Pero Arrostito no aportó certezas sobre su estado ni sobre el plan criminal: “No me dijo: `Me mataron’, ni nada”.

Cuando llegaron al Hospital Naval, bajaron a Arrostito y le golpearon el corazón, como si intentaran resucitarla. Era todo parte de una misma farsa. Ramus ya no pudo observar más porque la llevaron nuevamente a la ESMA. Pero la actuación del “Tigre” siguió. “Al rato me llama y me dice: ‘Vos sabés que Arrostito no quería colaborar. Hubo que hacer esto’ “.

Por su parte, Graciela Daleo también fue testigo de la actuación infame del “Tigre” Acosta. “Yo recuerdo que estábamos en la pecera absolutamente anonadados porque ya sabíamos lo que había pasado y entra el “Tigre” y se manda para la oficina del fondo preguntando qué había pasado con Gaby”.

En los gritos de Acosta se escondía la intención de mostrar la muerte de Arrostito como producto de causas naturales. Sin embargo, para los sobrevivientes no caben dudas de que la sentencia de muerte de Norma Arrostito ya estaba firmada desde el día en que ingresó en el campo de concentración de la Armada. “Pero toda esta parodia de estos hijos de puta era eso, era parodia. En la ESMA, la decisión de traslado o la ejecución de un compañero no la tomaba un oficialito así nomás. Esa era una decisión que se tomaba con el director de la ESMA, Chamorro, del jefe del grupo de tareas y los oficiales de mayor rango. Fue una decisión institucional del grupo de tareas. Aunque lo más probable sea que Emilio Eduardo Massera haya participado de la decisión también”, confirma Daleo.

El asesinato y la desaparición de Norma Arrostito fue uno más de los aberrantes crímenes que se cometieron dentro de las paredes de la ESMA. “Era una persona que para los represores era casi una pieza de caza, un trofeo importante porque había sido la fundadora de Montoneros por su participación en el secuestro y ejecución de Aramburu, una tipa que era una militante, una revolucionaria“, tal como la define Daleo. “El represor decide muchas cosas sobre las personas de los compañeros, no todas, por suerte. Porque el espacio de libertad que Gaby conservó para decidir su conducta, eso permaneció”. A 30 años de su asesinato, aún parece resonar como mandato, como legado, como imperativo: “Yo no colaboro ni me rindo“. Frente a esa afirmación se hace presente la frase del escritor desaparecido Haroldo Conti: “O estamos con ellos, es decir, otra vez en la lucha, que es el mejor homenaje que les podemos rendir en esta fecha, o estamos con los traidores. Ya no hay vuelta que darle”.

Luciana Bertoia (ANRed)