Por Lucas Giannetti. La empresa aeroespacial dirigida por Elon Musk, Space X, se encuentra desarrollando una red de satélites espías, destinados a ser utilizados, en principio, por la agencia de inteligencia de los Estados Unidos. Ya en marzo de este año, la agencia de noticias Reuters informó que Musk rubricó, en 2021, un contrato por 1.800 millones de dólares con la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO), organismo de defensa del gobierno de Estados Unidos que tiene bajo su tutela el lanzamiento y las gestiones de satélites de reconocimiento. En la actualidad, Space X es el mayor desarrollador de satélites del mundo a bajo precio y, en este sentido, desde el Pentágono se le encargó la puesta en pie de una red de satélites de baja órbita, Starshield, que podrán ser utilizados para llevar adelante tareas de espionaje, compartiendo imágenes directamente con los altos mandos militares. En marzo pasado, fuentes internas de la inteligencia norteamericana sentenciaron que este programa “mejoraría significativamente” el control llevado adelante por el gobierno yanqui y que “nadie podrá esconderse” del entramado de satélites espías.
El proyecto Starshield es la manifestación más acabada de la relación del trumpista Musk con el complejo militar–industrial yanqui, la cual no ha estado exenta de diferencias con la administración demócrata de Biden. En septiembre de 2023, Musk saboteó un ataque de Ucrania sobre la flota naval rusa apostada sobre Crimea. En esa oportunidad, los drones submarinos cargados de explosivos en poder de Ucrania perdieron conectividad de internet suministrada por Starlink, a partir de una orden dada por el propio Musk a los ingenieros, haciendo fracasar la operación. Evidentemente, el tecnócrata fascistoide juega su propia guerra. Musk, cual mariscal de campo, intervino porque consideró que Ucrania estaba “yendo demasiado lejos” y porque temía que Putin atacara con armas nucleares, desatando un “mini Pearl Harbor.” Ucrania, por medio de su viceministro, suplicó el restablecimiento de la conectividad, a lo que Musk hizo oídos sordos. Anterior a estos hechos, en 2022, Musk esgrimió una propuesta de paz cercana a las posiciones del Kremlin y en sintonía con los dichos de Trump de que negociaría la paz en 24 horas. Recientemente, The Wall Street Journal sacó a la luz que Musk y Putin mantuvieron conversaciones telefónicas a finales de 2022. Según el medio de comunicación, basándose en las fuentes de la inteligencia yanqui a la que accedió, Putin habría oficiado de intermediario de Xi Jinping para que Musk no pusiera en funcionamiento el servicio de Staklink en Taiwán, todo esto en momentos en que EE.UU reafirma su apoyo a la isla frente a las reivindicaciones territoriales esgrimidas por China. Esta sucesión de hechos ha despertado suspicacias en la Casa Blanca y el Pentágono.
En el último año, Space X ha avanzado a pasos agigantados sobre la construcción de satélites militares y en el sistema de defensa. En septiembre pasado, la Agencia de desarrollo Espacial del Pentágono “utilizó láseres para transmitir datos de forma más segura a la velocidad de la luz entre satélites militares, lo que facilita el seguimiento de misiles enemigos y, en caso necesario, su derribo” (Clarín 31/10/2024), desarrollado, en parte, por Space X. En un lapso corto de tiempo Musk ha dejado en el camino a otras grandes contratistas del complejo militar norteamericano, como Raytheon, Northrop Grumman y York Space Systems.
La semana pasada se ejecutó el lanzamiento desde la Base de la Fuerza Espacial Vanderberg, ubicada en el Estado de California, de un lote de satélites espías, bajo la misión denominada NROL-167. Según informó la NRO, la misión en conjunto con Space X, que fue de carácter clasificado, se trató de poner en órbita baja “numerosos satélites pequeños, diseñados para la resiliencia.” Según los especialistas en el tema, Estados Unidos quiere hacer frente al desarrollo chino en su propio sistema de defensa espacial, proyectando futuras confrontaciones con el país asiático y para intervenir en las guerras en curso.
Mientras se afianza la colaboración y los negocios entre Musk y el gobierno federal de los Estados Unidos, en este último crece la desconfianza sobre el magnate por el desarrollo comercial que mantiene en China y su acercamiento a lideres extranjeros, Putin en particular.
En medio de una guerra imperialista, Musk ha pasado de la promoción de la conquista del espacio (que aún mantiene entre sus objetivos) a estar integrado a un campo más escabroso, como lo es el de la defensa y la inteligencia, es decir, concretamente la guerra. Por su parte, el gobierno de los Estados Unidos se encuentra en un dilema por la dependencia cada vez mayor de la tecnología desarrollada por Space X, pero en el marco de la guerra imperialista esta tendencia se refuerza. El libertario Musk exige al gobierno federal (al cual cataloga como un freno para el desarrollo) prebendas para llevar adelante sus propias decisiones, lo que le permitiría estar de los dos lados del mostrador. Adam Smith, miembro de mayor rango del Comité de Servicios Armados de la Cámara de representantes ha señalado: “Elon Musk parece tener muchos intereses personales y eso es algo a lo que realmente tenemos que prestar atención y preocuparnos.” Desde el Pentágono han manifestado reticencias al avance de Space X al estar subsidiando “la creación de un monopolio vertical (una empresa que controla toda la cadena de suministro de una industria), lo que dificulta cada vez más que otras empresas entren en este mercado de rápido crecimiento.” (Clarín 31/10/2024)
Fuente: Política Obrera