El 8 de mayo de 1987, la policía de la Provincia de Buenos Aires asesinó salvajemente a Agustín Olivera, Oscar Aredes y Roberto Argañaraz. Tenían menos de 25 años, estaban tomando cerveza en una esquina de Ingeniero Budge, en el sur del conurbano Bonaerense. La masacre quedó registrada en un documental del realizador italo-argentino Mario Celestino. A 38 años de los asesinatos el autor reflexionó sobre el contexto de la tragedia.
Los jóvenes asesinados

Tantos años pasaron, pero no el recuerdo de esa brutalidad. Un barrio de periferia, de trabajadores, de desocupados, de chicos que pensaban que el mundo terminaba a pocos metros de allí. Se jugaba a las bolitas, se hablaba de chicas, de las ganas de poseerlas, de fútbol; se jugaba con la pelota en el potrero. Nos peleábamos, nos amigábamos, medíamos nuestras fuerzas, nos posicionábamos con el matón del barrio. Hacíamos navegar barquitos de panel en los charcos transformados en mares. El barro se pisaba en las calles, en las casitas sin pisos; te acompañaba, te lo llevabas pegado a los zapatos.

Casitas humildes, vestidos desgastados. Había que sobrevivir. Se reía, nos divertíamos con chistes, maldades, violencia física, aventuras con la chica de nuestros sueños, con el fútbol. Se hablaba en las esquinas; los sueños eran de horizontes cortos: buscar un trabajo, tal vez casarse, formar familia. Y si no había trabajo, había que rebuscársela como se podía, con cualquier medio. Si era necesario, delinquir. La vida de un barrio como tantos otros del gran cordón de pobreza de Buenos Aires.

Budge. El 8 de mayo de 1987, el barrio obtuvo una trágica celebridad: empezó a ser conocido por la “Masacre de Budge”. Todos los años se la recuerda. Ese día terminaron tres jóvenes vidas. Agustín, 26 años; Oscar, 19; Roberto, 24. Estaban en la esquina, cerca de sus casas, como tantas otras veces, charlando, riendo, tomando una cerveza. Uno de los pequeños placeres que les permitía la pobreza. No llegaron a terminar ese trago. La policía los ejecutó con saña. Una institución contaminada, formada en el salvajismo que tuvo su apogeo durante la feroz dictadura militar. Asesinaban, golpeaban, humillaban, disparaban impunemente. Especialmente en los barrios pobres y hacia los “morochitos”. No con una o dos balas, sino con un torrente de balas, para no solo quitarles la vida —sus jóvenes vidas—, sino también martirizarlos y ultrajarlos.

¿Qué clase de odio, qué desprecio, qué falta de compasión, de piedad, de un mínimo de humanidad llevaba a maltratar un cuerpo con tantísimas balas?

¡Ese 8 de mayo de 1987, todo un barrio dijo BASTA!

No un solo “basta”, sino miles. Todo un barrio gritando “¡Basta!”. Amigos, vecinos, organizaciones sociales, gente sensible que no era indiferente ante las injusticias. Ese “basta” que nace desde el dedo del pie y te estremece todo el cuerpo, que se transforma en una fuerza arrolladora. Que dice: “Hasta acá llegaron. Ahora nos toca a nosotros.”

Ese barrio, en esa fecha, pateó el miedo. La bronca, la indignación ante tanta alevosía dejó de lado el “no te metas” y lo transformó todo en organización y acción. Y no paró hasta tener justicia.

A la cabeza, sus padres, amigos, vecinos, y el aporte de gente comprometida como el abogado Annichiarico y el estimado e inolvidable León “Toto” Zimerman, junto a tantos otros que la memoria no me trae al presente.

A pesar de las intimidaciones, las amenazas, los infiltrados de la policía, no hubo modo de parar esa marea. Todo un barrio, con un solo objetivo: Queremos justicia.

Y la obtuvieron.

Mario Celestino