En un brumoso 25 de mayo la ex presidenta y ex vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner dio un discurso en el llamado “Encuentro de la cultura popular”. Entre críticas esperables al gobierno y al plan de Milei, Cristina no se privó de dejar definiciones que hacen a una readecuación discursiva en general y respecto del rol del Estado en particular. Habló de la importancia de lograr una “nueva estatalidad”. En medio de una ola de despidos y de tenaces luchas como las del Garrahan, una vez más, cargó sobre los empleados estatales.

Debates. Por Octavio Crivaro y Patricio del Corro
La semana que pasó tuvo un protagonismo central de la resistencia en general y la de los estatales en particular, con la lucha del Garrahan como estandarte, aunque también hubo acciones de los municipales de Rosario y de Córdoba, trabajadores de la salud vinculados a la atención de personas con discapacidades, etc. En ese contexto tan sensible, Cristina pronunció un discurso que contrariamente a respaldar esas peleas, cargó las tintas sobre la deficiencia en las funciones sociales del Estado.
“Tenemos que replantear el modelo económico que tenemos que proponerle a la sociedad sin prejuicios ni falsos clichés históricos o culturales”, dijo la ex presidenta en el Encuentro de la cultura popular. “Seguir hablando del Estado presente significa no estar acorde con lo que está pasando hoy en la sociedad. Tenemos que volver a ver cómo logramos un Estado eficiente”, agregó. Cristina se detuvo sin ambages a hacer una crítica del “estatismo”, que hasta ayer era el dogma que movió al kirchnerismo en particular y al peronismo en general. Las ventiscas mileístas hacen recalcular los relatos.
Para definir la “Nueva Estatalidad”, según la tituló, y sobre todo para desdeñar la “vieja”, Cristina apeló a un recurso al que (sin que queramos) nos mal acostumbró: responsabilizar a los empleados públicos. O más precisamente: echar la culpa a los estatales de la bronca y el descontento que fue anidando en muchos sectores a los que ese Estado dejaba “a pata” y no precisamente por responsabilidad de sus trabajadores. En su exposición, la ex mandataria consideró que el trabajador privado “siente que el empleado público es un privilegiado”. “Es duro, pero no deja de ser cierto”, agregó, muy en matrimonio con el discurso oficial de Estado actualmente. Y sumó sus habituales palos a las docentes que, según ella, no garantizan la continuidad de las clases. En esa parte del discurso no hubo novedad.
Lo de criticar el “estatismo”, entre otros nudos conceptuales de la ideología oficial de Estado durante los años kirchneristas, como una suerte de feminismo institucionalizado, no es algo raro desde la derrota electoral de 2023. Más bien todo lo contrario. Es un clima bastante extendido desde que ganó Milei entre los que alguna vez usaron al “Estado presente” como mantra inexpugnable.
Lo curioso, quizá, es que ahora la crítica la haga una de las profetas que escribió uno de los testamentos de la “vieja estatalidad”. Un nuevo giro de quien siempre buscó obturar toda crítica o discusión por izquierda, en algunos momentos con “a mi izquierda está la pared” y otras denunciando que hacer esas críticas era “hacerle el juego a la derecha” porque “correte trosko, estamos gobernando”. Un giro de un sector de la dirigencia peronista que cuando hablábamos de la cooptación de distintas organizaciones sociales contestaban atribuyéndole al Estado y al gobierno las victorias que se habían ganado en la calle o que se horrorizaban cuando revindicábamos la experiencia del 2001 porque se trataba de “recomponer las instituciones”.
No deberíamos olvidar ese momento clave, porque la hegemonía de Cristina y el kirchnerismo en parte se basó en saber leer el clima que había dejado el 2001 y en lograr canalizar los movimientos que lo habían impulsado hacia una institucionalización, vaciándolos de fuerza vital y encorsetándolos dentro de ese Estado. Su relato fundacional se nutrió de los discursos de esos movimientos pero con el fin de volver a encausarlos en la orientación de ese Estado y ese régimen que estaban cuestionando. Con el tiempo esa “ministerialización los fue vaciando como herramientas de lucha, algo que la derecha aprovechó para pasar su motosierra años después. Parece que para Cristina también es la hora de aprovechar y tirarlos por la borda. Algo de esto ya veníamos discutiendo en notas anteriores, como la que dejamos a continuación.
Muchas veces se dice como un elogio algo que en realidad expresa la ausencia de principios firmes: “el peronismo se adapta muy bien a los climas de época”. Así fue un dinamitador del Estado durante el menemismo, del que los Kirchner fueron parte activa aunque algunos hagan esfuerzos en que no se note. Luego de la crisis del “modelo menemista” (continuado por De la Rúa), el peronismo fue forzosamente estatista, como vía se encauzar el rio de lava que fue el 2001, tal como mencionamos arriba. Ahora parece que el “clima de época” dicta bajarse de eso y adaptarse al relato del “topo” que viene a destruir el Estado desde adentro. Ese zigzag dio a luz la “nueva estatalidad” de Cristina.
Fuente: La Izquierda Diario