(Por Jorge Altamira). La negociación de Sergio Massa con el FMI parece haber pasado de castaño a oscuro. El Fondo habría rechazado, ahora en forma terminante, la posibilidad de adelantar unos 10 mil millones de dólares a Argentina. Entre otros destinos, una parte importante de ese adelanto debía ser dirigido a controlar la cotización del dólar en el mercado paralelo. El diseño de Massa, de congelar el cambio paralelo mientras devalúa a pasos cortos el dólar oficial, tiene el propósito de achicar la llamada brecha cambiaria. Este procedimiento debería servir para que la inflación no se acelere y evitar el colapso del gobierno antes de las elecciones. El pedido de Massa era, en definitiva, lo que el FMI le había concedido a Macri: abaratar el costo de una fuga de capitales. Massa ha venido vendiendo bonos en dólares en el mercado paralelo desde por lo menos principios de año.
Mientras la negociación se empantanaba en un impasse, Massa logró que China ampliara el canje de monedas entre el peso y el yuan a 10 mil millones de dólares. A finales del mes pasado el Banco Central usó una modesta parte de la divisa china para pagar vencimientos en dólares al FMI y a acreedores internacionales por 2.800 millones de dólares. El Banco Central de Pekín autorizó lo que es una operación de rescate de la deuda pública. El asunto es si repetiría ese recurso para un vencimiento similar a fines del mes corriente. En este caso, China estaría ofreciendo el dinero que rehusa entregar el FMI para pagar la deuda contraída con ese mismo FMI. Esto signficaría que China está dispuesta a financiar una fuga de capitales barata y a reemplazar al FMI como acreedor de la deuda contraída con el FMI. Para llevar a buen término el calendario electoral, Argentina cambiaría de acreedor institucional internacional. Un viraje semejante tendría lugar cuando, hace tres días, un documento de la OTAN, presentado en la reunión que tuvo lugar en Vilma, Lituania, volvió a designar a China como “enemigo estratégico” de Occidente.
La versión de que China bancaría a los Fernández y a Massa con todo lo que sea necesario (“whatever it takes”) pareció ser confirmada por el FMI, que se mostró conforme con cobrar en yuanes, una moneda de la canasta monetaria del FMI. Pero el asunto no es el cambio de diseño de los billetes, sino el cambio de prestamista. En juego no está sólo el préstamo del FMI, heredado de Macri, sino una deuda internacional privada de poco menos de 200 mil millones de dólares.
También está en juego la deuda local en pesos, equivalente a esa misma suma, que no necesita mayores trámites para pasarse al dólar. La garantía de pago de estos bonistas no es Pekin sino el FMI. China, por último, estaría arriesgando los yuanes a un gobierno en retirada, sin compromisos de pago por parte de JxC, que ha criticado el uso que hace Massa de la divisa de China. Lo menos que haría esta oposición para dar un OK es que Massa renuncie como ministro de Economía a favor de un funcionario negociado entre las partes. Una catástrofe política.
El bolsillo de los mercados registró al instante el impasse con una suba de la cotización del dólar o con la compra de acciones extranjeras y de empresas argentinas que cotizan en el exterior. Una cobertura frente al aviso de tormenta. A esto podría seguirle una corrida cambiaria, que ya afectó a Massa recientemente y que antes volteó a Guzmán. Como las reservas netas del Banco Central son negativas, o sea que los préstamos y depósitos superan a la tenencia en efectivo, un episodio cambiario podría ocasionar un episodio bancario.
Las muy débiles condiciones de gobernabilidad de Argentina hacen suponer que el trío negociador -FMI, Massa, China- está interesado en llegar a un arreglo intermedio. Pero no sería la primera vez que un compromiso intermedio logra lo contrario de lo que se propone – detonar la crisis. Es que pondría de manifiesto que ninguno de los protagonistas es capaz de respaldar una salida más o menos efectiva. Incluso si sirviera para “llegar a diciembre”, dejaría al desnudo la inminencia de una salida catastrófica.
Ninguna de las corrientes y partidos en campaña atienden a la crisis. Pero la absorción que les reclaman las internas no es la causa de ello; no tienen una respuesta a la crisis o prefieren que el electorado no la conozca. La excepción es nuestro partido, Política Obrera, que ha llevado la cuestión de la crisis incluso a los ‘spots’, no sólo en su plataforma. Una de esas publicidades desarrolla el conjunto de esta crisis en 24 segundos, otra aborda la guerra en 12, una tercera llama a los trabajadores “a tomar las riendas del poder en sus propias manos”.